… “Enfermera, traiga el cincel y la sierra!”. Esas fueron una de las últimas palabras que escuché antes que la sensual doctora Smith me colocara la máscara de oxígeno, advirtiéndome que en cualquier momento caería en los brazos de la anestesia. Deben haber sido los 10 segundos más extremos que he estado consiente, luchando por mantener la calma en un quirófano hecho para que estés incómodo; donde los genios de la ergonomía, al parecer no estipularon la posibilidad de que uno llegue a esa mesa helada e inhóspita con todas las extremidades, ya que no hay manera que te queden los brazos sobre la superficie, e inevitablemente estos quedan a la merced de la gravedad o al servicio de tu supervivencia, como si quisieran darte última oportunidad de escapar. Mientras discernía si golpeaba erráticamente a todo el cuerpo médico para salvarme de la carpintería a la cual me someterían y salir corriendo por los pasillos con mi bata y calzoncillo quirúrgico a los cuatro vientos, se enciende la lámpara de 400 megavoltios que estaba justo sobre mí- ésta, me recordó los tiempos en que me pasaba tardes enteras tratando de quemar hormigas con mi lupa ochentera….
“Gonzalo, ya terminó la operación”. Me reincorporé como un campeón, estaba de vuelta!, mi maquiabélico plan de escape se transformaba instantáneamente en un sentimiento de adrenalina y gratitud hacia mis captores. Le di un beso bien sonoro a la doctora Smith y felicité de la mano al doctor que me operó.
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diciembre 2017 |
Al día de hoy, me cuestiono si esto último realmente aconteció, ya que nunca más volví a ver a dichos personajes, ni siquiera cuando me dieron el alta...
Muchas gracias por los saludos cargados de energía y buenas vibras, nos vemos pronto!!